martes, 29 de diciembre de 2015

Mamá Rosa (4)



"...Yo te llevo dentro, hasta la raíz
Y, por más que crezca, vas a estar aquí
Aunque yo me oculte tras la montaña
Y encuentre un campo lleno de caña
No habrá manera, mi rayo de luna
Que tú te vayas"
Mamá Rosa
Semana 4: Un miembro de la familia


Tal vez sea por la época de fiestas pero estas últimas semanas, o mas bien este mes de Diciembre, he tenido muy presente a mi abuela, mi mamá Rosa, hace 5 años que partió pero está tan presente en mi, como si mientras mas larga es la ausencia física mas fuerte se sintiera su presencia en esencia.


Gracias a ella puedo entender el porque mi conexión con lo divino, no me enseño de religión, pero si me enseño sobre la fe. Recuerdo verla prendiendo velitas misioneras frente al corazón de Jesús, cada vez que nos íbamos de paseo, o cuando di el examen para la universidad. También recuerdo como me aferraba a su brazo, cuando salíamos a ver la procesión, el olor a palo santo, el bombo de la banda que acompañaba nuestro peregrinar, el algodón envuelto en lana de colores que había sido untado en agua bendita, los pétalos de flores, y las campanas. Estoy casi segura que ella me enseño a rezar. Fue una mujer honesta, sencilla, fuerte. 

Fue una mujer medicina y yo recién caigo en cuenta que me enseño a serlo. Recuerdo cada vez que me pasaba el huevo rezando con tal devoción y también mi tranquilidad luego de haber sacado los males al echarlo en un vaso con agua, mientras escribo esto, puedo recordar aquella extraña sensación de purificación. También recuerdo las veces que me llevó al huesero, sino es que fue una, en donde aprendí que la pepa de la palta rayada con árnica, es un buen remedio para los golpes, aprendí también a vendar en 8 su pie, para sostener este remedio, ella me convirtió en curandera cuando solo era una niña, puedo ver eso ahora.

Tenía su carácter, y no le importaba correr riesgos con tal de cuidarnos a mi y a mi hermana. Recuerdo aquella vez que entró al colegio a sacarnos junto con unos amigos, luego de que se corriera la voz de que los terroristas habían entrado, pasó por encima del vigilante y nos sacó, no le importó nada, recuerdo que se hablaba de una foto que le tomó un diario en donde salía con 5 niños a quienes tomaba fuertemente de  las manos.

Mi abuela era una mujer fuerte, cargaba costales para su puesto en el mercado, y me contaron se atrincheró por varios días en el terreno donde hoy tiene su casa, para salir de Puerto Nuevo en donde barría el piso de tierra, porque no importaba no tener plata importaba estar limpios. 

Mi abuela era mi despertador en tiempo de colegio y universidad, cuando mi cuerpo no quería escuchar la alarma. Y preparaba unos deliciosos panes con tortilla, en realidad cualquier cosa que hiciera en la cocina era exquisito, hasta un simple huevo frito.

Mi abuela era mi compinche de travesuras dulces y marinas. 

Mi abuela era mi heroína. Por esta razón verla padecer de cáncer y verla consumirme en menos de dos meses, fue uno de los procesos más aterradores y duros que me toco vivir hasta hoy, sin embargo mi querida mamá Rosa, me siguió regalando, a mi sin saber, mi herencia de curandera, fue por ella que aprendí de cuencos y campanas tibetanas para hacerle los sonidos mientras estaba sentada o echada en su cama, fue por ella que aprendí de constelaciones familiares, flores de bach, y sobre la calidad de vida con un paciente terminal. Mi abuela me enseño a ser mujer medicina, bueno a lo que en ese entonces podía parecerme cuando no me escondía en mi cama para no pensar en su partida.

Mi abuela me regalo muchos cosas por las que estoy infinitamente agradecida, y estoy segura seguiré descubriendo. Pero creo que la lección que llega a mi como un recuerdo muy vivido, es sobre la vida y la muerte. Tenía apenas 4 o 5 años cuando la escuche recibir una llamada en donde le comunicaban que su hermano había perecido en la carretera por un atentado, la escuche llorar y la palabra muerto, recuerdo que estaba viendo televisión y la apagaron. A esa edad me pregunté si cuando te mueres, es como cuando apagas la tele y no ves nada, ni a nadie y todo es de color plomo; fue entonces cuando corrí a la cocina a preguntarle si ella se iba a morir, y si eso pasaba, quien iba a cocinar los tallarines rojos que ella hacía y que tanto me gustaban, ella me respondió: "yo no me voy a morir, yo voy a vivir para siempre" y me abrazó.

Tenías razón mamá Rosa, vas a vivir para siempre, gracias por tu herencia de mujer medicina.


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